Cuando el fútbol se dirige desde una sala a kilómetros…

Imagina iniciar la semana con una visita de nuestro queridísimo Real Madrid al CTA, la meca del pito moderno en la Ciudad del Fútbol de Las Rozas. Un lugar donde se decide si hoy lloras de alegría o te deshaces en lamentos desde un monitor, todo sin salir de la comodidad de una sala conocida como la VOR. Sí, señor, el árbitro de campo ahora es una especie de DJ, sólo que mezcla decisiones en lugar de música.

Desde Las Rozas, el espectáculo continúa. El nuevo y mejorado reglamento suena más voluble que una dieta de lunes. Llámese a Munuera Montero en Pamplona para hablar de un pisotón, ese clásico entre amigos donde Camavinga y Budimir protagonizaron una obra maestra. El balón ya había ido a saludar a la valla publicitaria, pero no importa, ¡penalti al canto! Y esa moda de penalizar manos solo porque existen, ¡un drama digno de telenovela!. Saluden al juego más justo del mundo, o del universo, según las malas lenguas. ¡Bienvenidos!

En el Real Madrid y compañía, con el Alavés y la Real Sociedad como compañeros de sofá y palomitas, se sienten más que desairados. Aquí nos hemos vuelto todos bilingües de tanto intentar descifrar las decisiones de la sala VOR. ¿Vinicius y Bellingham? ¡No hay tregua para ellos! Hasta parece peligroso ser ellos, o tal vez cualquier estrella que brille demasiado. La gran pregunta que flota en el aire: ¿llamarían desde la central si el caído fuese Mbappé o Rodrygo? Probablemente no.

Este lamentarse es tan antiguo como el fútbol mismo, donde el árbitro siempre fue el villano favorito. Ahora, es el VAR quien lleva la batuta o la batuta le lleva a él. Antes, se perdía por quién tiene el silbato; hoy, también por quién tiene el mando a distancia. El VAR, esa gran promesa de justicia, ha llegado cual caballero andante, pero parece que monta un burro en vez de corcel. Para algunos, es el remedio que vino peor que la enfermedad. Eso sí, su papel en el ‘fútbol de justos’ sigue siendo tan confuso como una buena serie de ciencia ficción. Todo lo que dictaminen las pantallas. ¡He dicho!