Una llegada digna de película épica…

Un día cualquiera en el manicomio blanco del Santiago Bernabéu se transforma en un espectáculo tipo Gladiadores Americanos, pero sin el maillot de colores. Sí, amigos, los madridistas se despertaron con el café en mano y un sueño: remontar un 3-0. La afición blanca, más eufórica que un niño en una tienda de chuches, decidió convertir las calles de Madrid en una fiesta prehistórica llena de emoción y canciones, creyendo que el gol 500 de la remontada se marcaría justo al salir de casa.

A las 19:25, ahí estaba, el autobús del Real Madrid, rodando al estilo de un desfile de moda, aunque más inclinados por el look de solo ir hacia delante. Los fans, enloquecidos y con más pancartas que en un concierto de rock de los años 80, casi lograron desmontar las vallas con la emoción desbordante. Vamos, que solo faltaba una barbacoa en el parking y una fiesta de la espuma en medio de la calle. Hasta la lluvia se unió a la fiesta para dar ese toque dramático digno de una película de Hollywood.

Pero, como en todo buen chiste, alguien tenía que poner las vallas. Y ahí estaban, siempre fieles, las barreras que separaban a los héroes del estadio de sus fieles seguidores, como si de dos galaxias se tratara. Ya sabes, la seguridad tiene sus reglas, aunque a veces, le ponen freno a la diversión. Pero tranquilos, porque con la emoción en sus corazones y el compás del amor al fútbol en sus vidas, los aficionados hicieron de cada valla un motivo más para gritar un ¡Hala Madrid! que desafió hasta las mismísimas leyes de la física.