Rüdiger se transforma en lanzador furioso de hielo…

En un partido que parecía un episodio perdido de una telenovela de acción, Antonio Rüdiger nos dio un espectáculo digno de un lanzador de hielo en los Juegos Olímpicos de Invierno. Todo comenzó con una falta de Mbappé que hizo que hasta los pájaros se taparan los oídos. Pero lo más épico fue cuando el árbitro De Burgos dijo «aquí mando yo» y la historia se disparó más rápido que los fuegos artificiales en Nochevieja. Rüdiger, al estilo Thor con su martillo, decidió armarse no con rayos, sino con hielo de banquillo. La expulsión fue tan inmediata que parece que el árbitro tenía un detector de locuras.

Finalmente, cuando todo parecía calmarse cual mar en calma chica, el banquillo se convirtió en un campo de batalla donde al menos 10 valientes intentaban detener al vikingo teutón. Rüdiger, con su reserva de hielo ya a punto de agotarse, enloquecido, hizo un intento final de asalto que fue más fallido que un penalti pateado por una tortuga. Menos mal que Mendy y Vallejo estaban preparados como superhéroes buscando tranquilizar a la fiera, armados sólo con palabras y quizás alguna tablet con fotos de gatitos.

Y qué decir del final del espectáculo: Rüdiger, haciendo honor a las mejores producciones dramáticas, dio un giro de guion al intentar la última carga digna de un caballero medieval. Pero a diferencia del valiente lance de Lancelot, aquí fue el entrenador de porteros, Luis Llopis y Lunin unidos, quienes consiguieron hacer de este desmadre un relato más para contar en las cenas familiares. Al menos está asegurado que el central alemán no probó el hielo del refresco de los árbitros, pero su episodio será recordado por generaciones de aficionados al fútbol y a la meteorología gélida aplicada en el deporte del balón.