Cuando la tormenta se une a un vuelo interminable…

Imaginen a todo el Real Madrid, ahora transformado en un grupo de pingüinos en plena tormenta de verano tratando de volar. Así comenzó su odisea desde el calor de Miami hacia el glamuroso Nueva York. Después de un entrenamiento que les dejó los músculos más tensos que los cabellos de Sergio Ramos, se subieron al avión solo para ser recibidos con un aviso de retraso. Añadan hora y media de espera, y la cosa se pone tan emocionante como un partido en el que CR7 lanza tiros libres al estratosfero.

Ya en el aire, los jugadores se convirtieron en turistas aéreos paseando por los cielos de Virginia y Allentown. Era como un tour veraniego, solo que en vez de recorrer viñedos, recorrieron nubes. El avión daba vueltas y más vueltas; y desde el suelo, los administradores del club pedían a la FIFA cancelar una rueda de prensa a la hora de la cena como si fueran pidiendo orden extra de patatas fritas en un restaurante.

Finalmente, saboreando el triunfo de la épica y del jet lag, aterrizaron en Newark a las 20.53h, más tarde de lo que jamás habían llegado a un gol a puerta vacía. Con Florentino Pérez liderando la expedición hacia el hotel, los jugadores parecían más listos para desfilar en pijama que para jugar al fútbol. Sin embargo, eso no impidió que Mbappé comentara sobre el vuelo con la misma calma que un francés saboreando un buen croissant: «Bueno, no. No mucho». ¡Vaya aventura, Madrid!