Los informes fantasma y el juez Aguirre, una tragicomedia arbitral

Hoy el fútbol español celebra (o lamenta, según se mire) el segundo aniversario del que podría ser catalogado como el culebrón más longevo del Barça, superando incluso la serie que protagonizaría cualquier delantero debutante del Real Madrid cayendo y levantándose en el área contraria. Para quienes no hayan seguido esta telenovela, resulta que, entre 2001 y 2018, el FC Barcelona pagó más de 7.5 millones de euros al ex vicepresidente de los árbitros, José María Enríquez Negreira, presuntamente por informes de árbitros más invisibles que el gol anulado de Vinícius en el último minuto de un clásico. A pesar de necesitar más tiempo que un árbitro revisando el VAR con la señal caída, el caso se ha prorrogado una vez más: la jubilación del juez Aguirre parece alargar los plazos tanto como un partido amistoso en el que se juegan hasta los 100 minutos.

Mientras la investigación avanza a paso de tortuga coja, vienen revelándose detalles dignos de un partido de futbolín en un bar: Negreira, más conocido ahora como «El Reportero Fantasma», habría recibido pagos por asesorías que nadie ha visto y formatos de vídeo que no podrían visualizarse ni con las gafas más avanzadas del siglo XXI. Incluso se menciona un sistema de «corrupción sistémica» que, según el juez, convertiría a los árbitros en las figuras más perseguidas después de un árbitro pitando un penal discutido en el Bernabéu contra el Madrid. Según las pesquisas, el Barça no solo le pedía a Negreira que alineara a sus estrellas, sino también a colegiados con los que «sus ingresos aumentarían significativamente», una estrategia al parecer inspirada en el juego de las sillas musicales, pero con el árbitro que al final no se queda sin silla.

Curiosamente, a dos años de fútbol y millones rodando cuesta abajo, aún no se hallan pruebas de que los pagos llegaran a afectar el rendimiento de cualquiera de los partidos, aunque la versión oficial sigue siendo que Negreira ayudaba a asegurar la «neutralidad». Neutralidad equiparable a ser un aficionado del Madrid pidiendo una camiseta de regalo del Barça.

En un esfuerzo adicional por aderezar esta sopa turbia con más ingredientes, se encuentran en el ajo también el hijo de Negreira, Javier Enríquez, cuya participación era, según parece, más correspondientes a funciones de conductor de taxi para árbitros: los recogía, los llevaba al aeropuerto y al Camp Nou… y se aseguraba de que llegaran a sus destinos con más puntualidad que un saque de banda en los primeros 30 segundos del partido.

El escándalo, digno de un guión de intriga, sigue sin juicio mientras varios protagonistas, incluidos Rosell y Bartomeu, no han dado la cara ante los tribunales. Y, por si la historia necesitaba un giro más, la UEFA, siempre atenta desde el palco, observa sin pestañear desde su palco, otorgando a los culés la inscripción en la Champions, pero con una nota al margen de «aún en revisión».

Por lo que respecta al Barça, el equipo sigue defendiendo su actuación con declaraciones dignas de thriller, asegurando que todo era profesional y neutral, aunque el resto del mundo del fútbol lo observa con la ceja tan levantada que se podría acusar de haberlo alineado ilegalmente.

Mientras el clímax se acerca (¿o se aleja?), el juez Aguirre sigue buscando a quien pueda hacerse con el sitio de director de la orquesta. Por ahora, nos pregunta si su camiseta favorita es blaugrana o blanca, todo mientras surgen hipótesis más locas que un fuera de juego anulado por una zapatilla desatada. Y en esta historia, tweets, portadas y tertulias parecen ser los únicos beneficiados, recibiendo cada uno los goles que casi nunca se anotan.