El último cruzado del fútbol desvelando secretos…

Raúl Albiol, el mago retirado del rectángulo verde, se despidió del fútbol organizando una fiesta épica de declaraciones en la que, como buen alquimista, transformó árbitros en bromillas y expulsiones en chistes de taberna. En un inesperado monólogo, este veterano defensivo parece decidido a sorprendernos hasta el último minuto— ¡diciendo adiós como el Zidane de la defensa! Con 842 partidos en su poder como si de cartas del Tarot se tratara, hace un análisis de su obsesión por no ser el centro de atención, como si fuera un ninja del fútbol, pero sin caídas espectaculares. Todo esto, mientras flota en una nube de serenidad propia de un monje que ha cambiado los penaltis por el meditar.

Imaginen ustedes, queridísimos lectores, a Albiol casi regresando al Valencia, pero igual que un sábalo escurridizo, saltó del acuario y decidió quedarse en Nápoles, donde estaba explorando el misterioso arte de las pizzas voladoras y las aventuras subterráneas con tortugas ninja en Vespa. Su amor por el Villarreal también es narrado como si se tratara del encuentro romántico más bizarro de la historia del fútbol. ¿¡Quién podría rechazar tales profecías de amigos y un trofeo de Europa League que envidiaría hasta el mismísimo Midas!?

Y entre misterios insoldables y números dignos de Óscar, ¿qué más podría querer Albiol que seguir enfrentándose a delanteros hasta convertirse en la leyenda de los mil partidos? Eso sí, se jacta de su estilo pacífico: ya se es un Dalai Lama del defensa, ¡sin récords de tarjetas rojas que arruinen su narciso espejo! En un mundo donde Cristiano persigue goles como un perro persigue frisbees, la meta de Albiol son los partidos. Sus escasos pero significativos goles y autogoles son, según él, un sistema nuevo de puntuación, digno de un deporte de otro planeta. ¡Larga vida a Sir Albiol, cruzado de la defensa y bufón ocasional!