La torpeza de convertir el fútbol en ciencia…

Había una vez un fútbol simple, donde nuestras grandes discusiones se resolvían con un bocata de calamares y un par de gritos de «¡árbitro ciego!». Era una época en la que tres tipos salían de un Supermirafiori para decidir el destino de un partido, y no necesitaban un ejército en la sala VOR para hacerlo. El reglamento era un pequeño libro de cabecera, fácil de entender. No existían frases misteriosas como «jugada residual» o «ataque prometedor», que suenan más a trucos de magia que a fútbol. Desde el patio del recreo hasta estadios imponentes, el juego seguía las mismas reglas de siempre.

Eso sí, nuestros «árbitros Supermirafiori» tenían días de gloria y otros no tanto. Con barriga cervecera al viento, a veces metían la pata hasta el fondo. Pero todos entendíamos lo que pasaba. Si decíamos que el árbitro estaba comprado, era con convicción, no por falta de vista. Hoy en día, gracias a nuestro querido amigo el VAR, el cuento es otro. Nos venden la transparencia, pero la claridad se ha esfumado. ¿Cómo es posible que lo vean todo y no vean nada? El VAR está como el mando de la tele: difícil de controlar y siempre cambiando de canal.

Entonces estamos nosotros, los fieles aficionados, luchando por entender esas cosas raras que se pitan ahora. Con los tipos del Supermirafiori era más fácil. El VAR nos deja perplejos y, a veces, con el café derramado. Lo que hoy es penalti por «hacerse grande» mañana podría ser un simple saludo. Y si ves una «jugada residual», no temas, ¡solo estás en medio de un ataque prometedor!

El VAR busca una justicia casi divina, aunque todavía está debatiéndose si dicha justicia es mejor que la de nuestros viejos árbitros gorditos. ¿Habremos cambiado certezas por caos? El VAR ha traído confusión y sospechas a un juego que era hermoso por su simplicidad. Al final, sin ofender a nuestros amigos del VAR, esto ha sido como cambiar la siesta por una clase de mates. Vaya lío.