Un partido digno de Expediente X…
Nuestro héroe, el sabio y calmado Ancelotti, se presentó ante la prensa como si hubiera visto un OVNI sobre el Estadio del Emirates. Con gran cara de «qué me estás contando», nuestro querido entrenador admitió que la debacle que acababan de vivir era tan inesperada como que un pulpo prediga el vencedor del Mundial. Confesó que esos dos goles a balón parado se pegaron al cerebro de su equipo como chicles en zapato nuevo, dejándolos mentalmente más perdidos que un pingüino en el Sahara. Pero, ¿saben qué es lo mejor? El gran Ancelotti está convencido de que todavía hay una pequeña luz de esperanza al final del túnel. Aunque, en serio, necesita ser más brillante que el bombillo que se le enciende a Dora la Exploradora.
Ahora, en cuanto a quién lleva la culpa de esta tragicomedia, el entrenador no se anda con rodeos. «Soy yo», dice Ancelotti, con la misma serenidad que un monje zen. Pero la pregunta del millón es ¿por qué el equipo se desplomó como un castillo de naipes en una ventiladora? Según nuestro Carlitos, las jugadas individuales fueron como intentar hacer un puzzle con piezas que no encajan. El Arsenal, en cambio, bailaba a su alrededor como si estuvieran tratando de impresionar al jurado de Got Talent en UK.
Por último, Ancelotti reflexiona sobre la mítica magia del Bernabéu, que necesita ponerse las pilas más que nunca. «Muchos esperaban que el Arsenal no pudiera ni llegar al área, ¡y mírenlos ahora, como si fueran los hijos ilegítimos de Pelé!», bromeó el entrenador. Pero tranquilos, la remontada es posible, o al menos es tan posible como ver a un gallo volando sobre el Chupacabra. En definitiva, no hay que tirar la toalla todavía, porque en el terreno de juego del Bernabéu, las sorpresas caen más a menudo que regalos en Navidad.