Leo y su orquesta de balones mágicos…

Si Leonardo Da Vinci viviera hoy, sin duda sería un ferviente admirador de Leo Beenhakker. Este legendario técnico holandés se atrevió a mezclar el balompié con el arte de ingenieros expertos en robarle terreno al mar. Vamos, que no era un simple entrenador, ¡era un constructor de sueños con patas! Guiado por el legado de Amancio Amaro y el empuje valiente de Di Stéfano, Leo creó un equipo que parecía más bien una banda de jazz en medio de un concierto de rock.

Mientras los rivales se derrumbaban como castillos de naipes, Beenhakker logró que el Real Madrid bailase al ritmo de rondos y pelotazos imposibles. Sus entrenamientos eran mejor espectáculo que cualquier especial navideño, con jugadores pidiendo los petos como si Leo repartiera billetes de lotería premiados. Y qué decir de esos torneos de fútbol mortal, donde hasta para beber agua había que marcar goles. Las gradas, repletas de prensa, veían más magia que un espectáculo de David Copperfield.

Y aunque todo parecía un cuento de hadas, no todo fue tan encantado. Al final de la historia, el pobre Leo terminó en bata al borde de su piscina, sufriendo más que un futbolista peinándose contra el viento. Pero, entre lineas, Leo dejó un recordatorio imperecedero: la grandeza no se mide en victorias, sino en la capacidad de asombrar con una pelota. Hoy, allá donde esté, seguramente seguirá desempolvando rondos en el Olimpo de los entrenadores.