Saca la varita del gol, tira el dado del autogol…

Sí, amigos y amigas del ping pong gigante llamado fútbol, teníamos al capitán Mouctar Diakhaby en el centro del cuadrilátero del Bernabéu, bailando con la gracia de un oso en patines sobre hielo. El pobre defensor parecía haber metido los dedos en un enchufe de adrenalina: venga líos, venga salseo. Sin su compinche Gayá, Mouctar llevaba el brazalete Senyera como si portara un turbo invisible. Todo empezó como un tango con el fútbol… y terminó como una cumbia loca.

Calentamos motores cuando Diakhaby, cual meteorito enojado, mandó el balón directo a la portería del Real Madrid con un cabezazo tan preciso que hizo que Álex Remiro sintiera que estaba en un juego de tiro al pato. Fue un gol de esos que cantas en la ducha durante semanas. Pero, ¡ay! quien pensó que la vida era solo melones y sandías. En el giro inesperado, nuestro protagonista intentó hacer malabares en su propia área y terminó pasándose la pelota a sí mismo… ¡y al fondo de su propia portería! Con carita de “esto solo me pasa a mí”, empezó la danza del suelo trágame.

Por suerte, el VAR, ese ente tecnológico que unos creen venido del futuro y otros de la confusión, vino a salvar el día como el amigo que te aparta de hacer el ridículo en la pista de baile. Resulta que Mbappé andaba jugando a las escondidas y dejaba un reguero de fuera de juego por doquier. Así que el gol se olvidó más rápido que el último hit del verano. Diakhaby, resucitado de nuevo, salió del campo con una sonrisa que decía: «¡Menuda montaña rusa, eh!»