Lo que Figo hizo en lugar de fichar ofertas…

Allá por los albores del milenio, cuando la vida era tan simple como elegir entre chapas o cromos –versión infantil del Balón de Oro– yo pasaba mis veranos soñando con ser periodista deportivo. Sin Internet, piscinas ni mucho menos aire acondicionado, estaba más pegado al MARCA que un chicle al zapato en pleno agosto de asfalto derretido. Era mi biblia en los días de Tour, Mundiales y Eurocopas. Luego, como aficionado al fútbol en modo experto, miraba la Guía MARCA como si fuera el Grial del aquelarre deportivo.

Años después, en el verano de 2005 y como por arte de magia de los fichajes, mis sueños encontraron un contrato breve pero intenso en MARCA. Del lector fiel al becario que soñaba con codearse con las estrellas, pasé de ser el fan número uno al aprendiz de periodista intentando no estrellarse. Y me llevaron a un entrenamiento del Real Madrid, una experiencia tan surrealista como toparse con un unicornio en la Castellana.

El protagonista de la escena: el mismísimo Luis Figo. Empezaba a hacer las maletas rumbo al Inter y yo debía enfrentarlo con la confianza de un Vaquero en Hollywood ante El Zorro. Le solté la pregunta del millón sobre su futuro, esperando un titular de portada. Figo, driblando más que en el campo, me lanzó un pase directo a El Corte Inglés. Allí, según dijo, estaban todas las novedades. Resultado: me fui directo a buscar una cintura nueva, la antigua quedó en el entrenamiento como trofeo de Hazañas y Leyendas.