Un amistoso con más promesas que un político…

En el fabuloso mundo del fútbol, donde siempre hay más promesas que en las rebajas de enero, un destello mágico iluminó Salzburgo en 2019. En esa madrugada cósmica, Real Madrid se enfrentaba al Salzburgo prometiendo espectáculo y magia. Allí, un Eden Hazard recién pulido como un diamante de talla galáctica, nos lanzó un hechizo y nos hizo soñar que iba a ser el siguiente Torero Blanco. Pero ya sabemos cómo acaban estas historias: como ese pastel en la nevera que te prometiste guardar para el fin de semana, nunca lo ves venir, ¡pero desaparece antes de tiempo!

El Estadio Red Bull se convirtió en el laboratorio de Zidane, donde alineó a Hazard con Benzema e Isco, como si fueran los tres mosqueteros del siglo XXI. Apenas pasados los 19 minutos, Hazard lanzó su primer misil balompédico, cual catapultador medieval con GPS, ¡y llegó directo al palo largo! ¡Golazo! El marcador, como buen estoico, mostró un modesto 0-1, pero lo que nosotros vimos fue una película de ciencia ficción con Hazard como protagonista, listo para conquistar el mundo con un balón.

Pero, al igual que una tarta en dieta, la emoción inicial se diluyó más rápido que un azucarillo en el café. Las lesiones se convirtieron en los villanos de esta tragicomedia futbolística. Hazard, con la elegancia que tendría un pingüino en un campo de girasoles, fue desapareciendo y, eventualmente, se deslizó fuera del fútbol como un ninja jubilado. Su carrera terminó abruptamente y los fans todavía lloran al recordar el precio de 100 millones de euros, pensando en más qué pudo ser que en lo que realmente fue. Ahora, su paso por el Madrid es como la secuela que nadie pidió y muy pocos vieron. ¡Hasta siempre, Eden!