Manual para no perderse en el caos futbolero…
Imagínese que el fútbol es una tortilla de patatas, en la que alguien decidió añadirle ingredientes cada vez más raros hasta hacer un plato indescriptible. Así está el fútbol actual, un juego donde nadie sabe si el árbitro pitó, se lo soñó o simplemente dejó que el VAR decida por él. Y no hablemos de las normas de mano: ¿manos? ¿Antebrazos? ¿Posiciones yogui de los brazos? Casi parece que los jugadores necesitan ser contorsionistas para entender qué es un penal y qué no.
Luego están los comités de discriminación, un cambalache de reglas que haría sonrojar a cualquier ser con sentido común. Veamos algunos casos para entender este batiburrillo: Ancelotti, el sabio del Madrid, se libra por las buenas tras un lío de manos (o no manos) de Asensio contra el Girona. Don Carletto soltó un elegante «rigore inventato» cual slogan de pasta italiana, y milagrosamente quedó sin castigo. Mientras tanto, Gayá del Valencia sigue intentando entender por qué por menos le cayeron cuatro partidos.
Álvaro Cervera, en sus buenos tiempos con el Cádiz, también zafó. Según él, solo un trío ciego no vio un penalti evidente. El TAD, con su superpoder de ver lo invisible, le dio la razón. Vayamos ahora a Álex Baena, castigado por mostrar su camiseta con amor, cuando si la levanta desde el cuello hubiera sido libre de culpa. Qué cosas tiene este mundo.
Y aún hay más. Temporada 22/23, una obra maestra del despropósito: Vinicius se libra de una roja después de que el Comité reinterprete el guion. Un milagro que ni Spielberg podría imaginar. De hecho, ni sobran palabras para describir cómo se ignoró su provocación a la grada con insultos que dejaban a Sálvame en pañales.
Entramos en la era 24/25, donde Vinicius recibe dos partidos por acariciar (bueno, más bien golpear) al portero del Valencia. Uno se pregunta qué son esas «fuerzas no insignificantes» con las que Soto Grado redacta actas. Ya lo decíamos, el surrealismo es un regalo que el fútbol nos sigue dando.
Y para cerrar el circo, entran en escena las narices de Lewandowski que, cual mapa del tesoro, le costaron dos partidos. Vamos, que es lo mismo que le cayó a Vinicius, pero aquí por un gesto tan interpretativo como un cuadro de Picasso.
Bellingham también está en el centro del chiste: una sesión de «Relájate, hombre» quedó en menosprecio, pero con dos partidos de merecido descanso. En fin, que todo esto parece un capítulo de La que se avecina, donde la lógica es poco más que una leyenda urbana.
La solución, aunque parezca de chiste, sería simplificar: menos comités, más claridad en las normas y un manual de instrucciones para las sanciones. Y si los clubes pudiesen elegir a los árbitros de su simpatía, al menos tendríamos una sitcom completa para disfrutar.
Así que, queridos amigos del balón, ¿qué nos depara el futuro? El reto para algunos será tan impresionante como encontrar la lógica en este laberinto de regulaciones mientras los clubes, en una especie de reality, intentan navegar un caos que ni el mejor guionista podría imaginar. Olé.