Opinión humorística de Carlos Carpio…
En los primeros treinta minutos, el partido parecía sacado de un documental sobre bailarines superdotados. Los jugadores del Barcelona no solo estaban de fiesta, sino que parecían haber hecho un pacto con el diablo de la danza futbolística. Mientras Messi hacía malabares con el balón como si fuera un acróbata en un circo, el Madrid no encontraba su papel ni en el guion de una comedia.
Por un momento, daba la impresión de que el equipo blanco había viajado a la cancha de la mano de un GPS con la batería agotada. No importa si hablamos de táctica, de físico o de cómo pelar una naranja; el Barcelona dominaba cada categoría, como si estuvieran compitiendo en una liga intergaláctica de fútbol. El Madrid, pobre en su travesía, no sabía si defender o rendirse a los encantos del Balón de Oro.
Sin embargo, como si de magia se tratase, los merengues comenzaron a encontrar su ritmo y a recordar que esto no era un episodio de ‘La que se avecina’. ¡Al fin lograron salvar la cara! El Madrid demostró que no se pueden medir los partidos solo por números, sino también por el aguante de sus aficionados, que, emocionados y sudorosos, aplaudieron el esfuerzo como si hubieran ganado la lotería del esfuerzo.