Un Mundial digno de los Cómics…

Érase una vez en una galaxia no muy lejana, un caballero llamado Berlusconi tuvo una idea: juntar a los titanes del fútbol de todo el mundo en una fiesta monumental llamada Mundial de Clubes. Un torneo tan épico necesitaba un lugar legendario, y claro, se jugó en Brasil, la tierra donde los balones practican samba. Los participantes, desde el Real Madrid hasta el insólito Al Nassr, fueron como los Vengadores de su tiempo, cada uno con sus superpoderes y sus gags cómicos.

La trama incluyó a nuestro héroe, Anelka, quien debió ser el primer francés en conseguir una Bota de Oro solo por no tropezar mientras chutaba. Y a Del Bosque, el sabio consejero que, viendo a Al Nassr, pensó que jugaban con un balón de playa. Por otro lado, el Manchester United vivió un drama digno de telenovela brasileña, con su mandamás Edwards haciendo más escándalo que las olas de Copacabana. Así, mientras Vasco da Gama eliminaba a los ingleses, el Corinthians se coronaba rey por penaltis, como si esto fuera el desenlace de una final de Cuphead.

Con un final tan giroscopiado que ni Hitchcock lo habría previsto, el torneo dejó a los merengues saboreando el amargo caramelo de la derrota ante Necaxa. Para colmo, el astro Romário y el promisorio Anelka compartieron la Bota de Oro en una embarazosa ceremonia donde la única amenaza fue no pisarse sus trajes brillantes. Un mensaje para el futuro de Blatter: «El Mundial de Clubes será la próxima gran epopeya». Si bien el futuro de ese torneo fue más misterioso que la cara oculta de la luna, al menos regaló un cuento para los anales de la historia futbolística.