Un golazo con sabor a kebab…
¡Atención, damas y caballeros, preparen sus ojos para la maravilla del Coliseum! Güler, al que ya muchas abuelas turcas llevan en sus carteras junto a la foto de su nieto y de un kebab bien relleno, clavó un gol desde el espacio exterior o, al menos, es lo que debió pensar David Soria viendo la pelota pasar. La estrategia de Ancelotti, esa que sonó más a plan improvisado de Lego, tenía a Endrick, Brahim, Fran García, Lucas y Alaba construyendo su propia torre de Babel futbolística. Pero Güler decidió que el show turco era el mejor espectáculo del día, marcando a lo Zidane, pero con más kebab.
Y ahí estaba Güler, tejedor de pases tan precisos como una máquina de coser en rebajas, surcando la cancha del Coliseum cual ninja disfrazado de futbolista. Sus compañeros vieron cómo el junior del Madrid dejaba la escena y se lanzaba a los brazos de un Ancelotti tan contento que casi saca a bailar una tarantela. El abrazo entre el maestro y el aprendiz fue digno de una telenovela italiana, con beso incluido, como si anunciaran una nueva línea de perfumes con aroma a gafa de sol y tatuajes de dragón.
Nuestro mago turco, con su calculadora en mano, sigue sumando puntos en el examen de Ancelotti. Cuatro goles y tres asistencias adornan su portfolio, que ya quisiera un becario de Silicon Valley. Pero lo mejor no son los números, sino su capacidad de convertirse en el villano de los defensas rivales, provocando penaltis como si fueran caramelos en Halloween. Si sigue así, no pasará mucho tiempo antes de que hagan una estatua en su honor, con Güler en pose heroica, balón en pie y Ancelotti tratando de no llorar de emoción.