Las aventuras del llorón goleador…
Prepárense para la historia del hombre que metía goles y lágrimas a partes iguales: ¡Manuel Gurruchaga! Este fenómeno de Ortuella debutó con el Real Madrid en 1930, sorprendiendo al respetable con su especialidad en abrir latas, y no precisamente de sardinas, sino de goles en Chamartín. Lástima que su paso por el Madrid fuera más accidentado que un cambio de neumáticos mal hecho.
Imagina un jugador que, con más inseguridades que un estudiante el primer día de clase, daba la tabarra a más no poder con su regreso al Arenas porque no podía soportar la presión de las boinas y el humo de Madrid. Y es que Gurruchaga no era cualquier fenómeno, sino el Houdini del césped, uno que intentaba escaparse del Madrid cada fin de semana. Pero como si la Cibeles de repente decidiera ser sevillana, nunca logró su querido traslado. Todo gracias a las sesiones de psicología inversa de Santiago Bernabéu, el Moisés del vestuario blanco.
Al final, con 59 partidazos, pudo salir del caldero blanco para volver a su querido Arenas, pero con más títulos bajo el brazo que un vendedor ambulante en rebajas. Deberían haberle puesto un monumento, no por sus goles, sino por aguantar más presiones que una cafetera exprés. Gurruchaga demostró que se puede llorar con estilo mientras se levantan trofeos.