Mi delirante verano en el fútbol…
Hubo un tiempo en el que para entrar de prácticas no bastaba con una sonrisa digna del gato de Cheshire. Se requería más desafío que cruzar Mordor: exámenes, pruebas y la temida entrevista con Herminio del Pozo. En 2007, tras celebrar mi graduación hasta que salió el sol, llegué como si hubiera corrido un maratón de zombis, resacoso y temblando, al edificio de Castellana 66.
Allí me tendieron una trampa digna de una novela de detectives: «¿En qué sección querrías entrar y de cuál huirías más rápido que un 100 metros lisos?» Con el candor propio de quien no había dormido, solté que al Real Madrid no me acercaba, ni para un café. ¡Pues toma, verano sabático en la Casa Blanca! Resulta que si aguantabas semejante desafío y no salías corriendo como si te persiguiera un toro en Pamplona, eran capaces de aprovecharte.
Así, un verano entero soñando con fichajes más que Luis Aragonés en plenas eliminatorias. Pasé guardias épicas en el Bernabéu, sortee vigilantes en Barajas, y hasta jugué al escondite en el Meliá Fénix. Fue el verano que me reinventó. Más tarde, vendrían las batallas campales por saber si Neymar o Dembélé iban a sentarse con nosotros en las gradas. Pero, oh, queridos lectores, todo comenzó con aquella fatídica y resacosa respuesta a Herminio.