Una noche en el Hotel Sidi Saler…

En el Hotel Sidi Saler de Valencia, donde los entrenadores hacen más conferencias que en Harvard, el técnico galés Toshack estaba más caliente que una plancha de asar sardinas. Tras perder la final de Copa de 1990 contra el Barça, decidió que lo mejor era montar una sesión de terapia de grupo con los periodistas como testigos mudos. Eso sí, después de 3 horas de viaje por el infierno de la derrota, el hombre tenía un volcán en el pecho y un cráter en la frente. «¿Qué han dicho los jugadores?», preguntó como tan solo lo haría un detective británico. La respuesta: «No están contentos con el árbitro». De repente, Toshack soltó frases tan incendiarias que podría haber asado unas salchichas en el aire.

El entrenador blanco, que ya suena más a comentario de abuela en un mercadillo que a charla deportiva, se preguntaba por qué siempre perdían un jugador en cada partido complicado. «¡Hasta cuando vencemos, vamos con uno menos!», gritó mientras Grosso, su segundo entrenador, buscaba desesperadamente una salida de emergencia. La charla fue más una guerra de palabras de chavales en el patio que una plantilla de élite planificando su próximo movimiento. Y, aunque Toshack disparaba con lengua viperina, pareció más preocupado por quién se lleva la última galleta en el té de las cinco.

Por último, Toshack cerró su volcán de palabras con una reflexión digna de filósofo del fútbol: «Este equipo no sabe dar patadas», sentenció, como si hablar de un fin de semana de picnic en lugar de estrategia futbolística. Y antes de irse, dejó caer que deberían aprender de los italianos, que según él, hasta cuando tropezaban lo hacían con clase. Grosso, el eterno segundo al mando, luego hizo su papel de pacificador pregonando: «¿Seguro que no hay manera de frenar esto?». Pero la respuesta ya se había transmitido, y el relato del volcán Toshack ya ardía en los teletipos de todo el país.